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A partes divididas

A partes divididas

Personaje 1  

Decide el día por él cuando mira a través y no ve nada. Qué toca hoy, a quién y para qué, los árboles son troncos solamente. Tal vez mañana pueda esperar lo que pasó sin saber que se fueron muchas cosas en ese autobús que no hacía paradas. Porque no caben en un ascensor corcho y papeles en blanco a la vez, son leyes que los días impares cumplen a rajatabla.

También quisiera comer cuando no hay nadie a quién mirar, para no perder experiencia ni soledad, pero demasiadas veces el día decide por él. Y la noche, simplemente, reserva su necesidad.

Dos días en la ciudad de agosto y ya no duda sin dar un paso en falso, uno más para torear coches blancos con luces verdes que le llevan dónde él quiera, dónde el día decida para no perder la fe en las aceras. Las neveras quedaron para los demás, solamente espejismos que suicidan los colores que le enseñaron en la guardería. No hay que dejar de jugar al dime-lo-que-piensas-y-te-diré-en-quién-crees. Se pueden derretir las cortinas de un hostal al pasar por debajo y seguir con el chaparrón de soledades extranjeras que tal vez no quieran volver, que tal vez sólo sean edades perdidas que esconden excusas y disimulos. Son riesgos que se deben correr para poder andar hacia atrás si el día lo cree importante.

Después de cruzar la avenida, más escaleras que llevan a nuevas salas de estar, miles de puertas de madera que esconden todo aquello que le es ajeno. Abrir a veces es cerrar, y escoger, rechazar. Quizás no tenga que decidir, quizás también el día le regale unas pequeñas vacaciones y vuelva a decidir por él. Al fin y al cabo, el tiempo llueve implacable sobre los dos y no hay ninguna posibilidad de resguardarse en un portal cuando se vive en el asfalto.

  Personaje 2  

Ella es la chica reserva para los momentos de la pena. Se sirve ella misma de la nevera y bebe sin cuidado un refresco sin marca. Nadie la ve. Y todo le parece menos importante mientras regresa a la cama a ver cualquier programa de televisión, porque la televisión cuida muy bien de los cuerpos en espera. Alguien le dijo entre luces de colores y canciones de otras temporadas que no aprendió nunca a elegir, que era la noche la que escogía por ella. Y entre carcajadas se abrazó a un metro setenta sin nombre que la miraba desde la distancia de otra vida y siguió bailando. Siguió bailando hasta que el Sol apareció para darle la fuerza que necesitaba para despedirse. Porque las despedidas eran uno de sus vicios, quizás el que más odiaba por caprichoso e inoportuno. Y la oscuridad quedó encerrada en el último cajón, compartiéndose con ropa interior y alguna carta de amor de los años de escuela primaria.

Una semana en la ciudad de agosto y ya no tiembla al recordar las palabras que la hicieron vulnerable al mezclarse con colchones que huelen a piso sin barrer. Se pueden recorrer túneles sin agachar la cabeza para que la oscuridad no dispare al corazón, se puede vivir algunos días atando la conciencia a las patas de la cama. Aunque la crueldad siempre nacerá para ser sufriente en las chicas reserva, que aprenden a fingir felicidad antes de reconocerla para huir del dolor a base de pastillas y pequeños sueños eternos, para engañar unos minutos a las heridas que no aceptan tratos. Son negocios imposibles.  

Cruce primero  

Las chicas reserva esperan a que ellos decidan, no tienen ninguna intención de dejar de escapar, ni de olvidar la prisa como amiga íntima. Las chicas reserva son salas de espera que dejan de marcar la hora cuando el amanecer se quema. Él las conoce bien, la conoce bien, y al día y su noche también. A veces cuando las sombras ocultan lo perdido se dan la mano y pasean por las calles, sin importarles el camino de vuelta. A veces se pierden al descubrir que el asfalto duele más cuando los sueños gobiernan, que la urgencia quema más cuando la noche se quema. A veces, sólo a veces, el día decide por él, la noche decide por ella.

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