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Odradeck

Franelas

El uso reiterado de una palabra imbécil (magna, pero imbécil) (sucia, pero magna), la cuestión de saber mover los dientes, de saber conservarlos y de por sobre todas las cosas, saber que los dientes pueden doler, sí. Son otros los mundos posibles, Sr V. Yo he imaginado uno y fue mi amante por algunos años. Lo prendí a mi solapa, lo llevé de estampita. Un día lo deseché por impuro. Habría que saber que en todos los juegos, en todas las versiones de mundo y en todas las formas de decir mundo, existe también un mundo, y mundo es una palabra que de tan vapuleada, de tan puesta a secarse al sol, de tan insuficiente para que vos y yo nos acerquemos y no nos muramos de ganas de comernos los ojos, de masticarnos las alas, de olvidar los plumíferos deseos en nuestras palmípedas nociones de amar y morir, ha felizmente caducado.

A veces –sólo a veces- creo que en tanto no nos libremos de esa fastidiosa consigna que consiste en remediar con placer nuestro sacrificio, nuestro placer nunca será placer ni será placentero. Nunca nuestro placer fue tan bestialmente amargo. Nuestro placer –que existe y es real- nos anima a convertirnos en pura ilusión masturbatoria. Nuestro placer –que es un caníbal mirándose los dedos con ansias- tiene de vos un par de sopapos al aire y de mí unas cuantas miradas de semáforo. Haberlo, haberlo sabido antes! Esta rutina hipermodernizante que hace del gesto apropiado de tus piernas-montaña rusa el arisco darse vuelta de tu chico maravilla mirándome desde su pupila de arquitecto, vanagloriado por sesiones olímpicas de vino y queso y mesas ratonas y gente alrededor, me deja en mi propia cáscara, durmiendo tranquilo, con resto para el mañana.

Lo raro, lo verdaderamente raro, lo que me intoxica por rachas de todo esto, es saber que, tal cual como lo pintaba el Eclesiastés de Rimbaud, éstas son prácticas de Todos.

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